Fue en algún momento a mediados de los noventa cuando mi mujer y yo aún éramos fanáticos del boxeo. Un viernes por la noche condujimos nueve horas hasta Nashville para asistir a un espectáculo de pesos pesados organizado por Don King. Sin embargo, lo único que recuerdo de la noche es a George Jones.
Soy lo más alejado del mundo de un fanático de la música country, pero aun así fue divertido mirar a las estrellas mientras algunos de los nombres más importantes de la ciudad llenaban los asientos del ring. Jones estaba allí y cuando llegó el momento de cantar el Himno Nacional, sin ningún tipo de acompañamiento musical, se dirigió tranquilamente al centro del ring, cogió un micrófono y… bueno, el recuerdo todavía me pone la piel de gallina.
Nunca en mi vida he escuchado una interpretación del «Star Spangled Banner» que se le parezca. Como tantos otros, Jones no utilizó el rango de la canción para mostrar el suyo propio. La interpretación de Jones fue sencilla, elocuente, discreta y lo suficientemente poderosa como para permanecer en mi ciertamente horrible memoria después de casi 20 años.
Como he dicho, no soy un fanático de la música country, pero mi padre sí lo es, y durante un tiempo en los años setenta Jones formó parte de la banda sonora de mi joven vida. Así que ciertamente puedo apreciar su talento y siempre he creído que era el Frank Sinatra de la música country: un instrumento de interpretación de canciones sin parangón y un legendario hellraiser.
Descansa en paz, Possum.